El día que mi hija nació, en verdad no sentí gran alegría. Por que
la decepción que sentía parecía, ser más grande que el gran
acontecimiento que representa tener una hija.
¡Yo quería un varón!
A los dos días de haber nacido, fui a buscar a mis dos mujeres,
una lucía pálida y agotada y la otra radiante y dormilona.
En pocos meses me dejé cautivar por la sonrisita de mi
Carmencita y por la infinita inocencia de su mirada fija y
penetrante, fue entonces cuando empecé a amarla con locura.
Su carita, su sonrisita y su mirada no se apartaban ni por un
nstante de mis pensamientos, todo se lo quería comprar, la
miraba en cada niño o niña, hacía planes sobre planes, todo
sería para mi Carmencita.
Este relato era contado a menudo por Eduardo, el padre de
Carmencita y yo también sentía gran afecto por la niña que
era la razón más grande para vivir de Eduardo según decía
el mismo.
Una tarde estaba mi familia y la de Eduardo, haciendo un
picnic a la orilla de un río cerca de casa y la niña entabló
una conversación con su papá, todos escuchábamos:
Papi… cuándo cumpla quince años ¿Cuál será mi regalo?
-Pero mi amor, si apenas tienes diez añitos ¿No te parece
Bueno papito... tu siempre dices que el tiempo pasa
volando, aunque yo nunca lo he visto por aquí.
La conversación se extendía y todos anticipamos de
ella.
Al caer el Sol regresamos a nuestras casas.
Una mañana me encontré con Eduardo enfrente del
colegio donde estudiaba Carmencita quien ya tenía
catorce años. Eduardo se veía muy contento y la sonrisa
no se apartaba de su rostro. Con gran orgullo me
mostraba las calificaciones de Carmencita, eran notas
impresionantes, ninguna bajaba de diez puntos y los
estímulos que les habían escrito sus profesores eran
realmente conmovedores, felicité al dichoso papá.
Carmencita ocupaba toda la alegría de la casa, en la
mente y en el corazón de la familia, especialmente en
Fue un Domingo muy temprano cuando nos dirigíamos a la
iglesia, cuando Carmencita tropezó con algo, eso creíamos
todos y dio un traspié, su papá la agarró de inmediato para
que no cayera...
iglesia, cuando Carmencita tropezó con algo, eso creíamos
todos y dio un traspié, su papá la agarró de inmediato para
que no cayera...
Ya instalados en la iglesia, vimos como Carmencita fue cayendo
lentamente sobre el banco y casi perdió el conocimiento.
La tomamos en brazos, mientras su papá buscaba un taxi hacia
el hospital.
Allí permaneció por diez días y fue entonces cuando le
informaron que su hija padecía una grave enfermedad que
afectaba seriamente su corazón, pero no era algo definitivo, qué
debía practicarle otras pruebas para llegar a un diagnóstico firme.
debía practicarle otras pruebas para llegar a un diagnóstico firme.
Los días iban pasando, Eduardo renunció a su trabajo para
dedicarse al cuidado de Carmencita, su madre quería hacerlo
pero decidieron que ella trabajaría, pues sus ingresos eran
superiores a los de él.
Una mañana Eduardo se encontraba al lado de su hija, cuando
ella le preguntó:-¿Voy a morir, no es cierto? ¿Te lo dijeron los
No mi amor... no vas a morir, Dios que es tan grande, no
permitiría que pierda lo que más he amado sobre este mundo,
respondió el padre...¿Van a algún lugar?...
¿Pueden ver desde lo alto a su familia?...
¿Sabes si pueden volver? preguntaba su hija....
Bueno hija... en verdad nadie ha regresado de allá a contar algo
sobre eso, pero si yo muriera, no te dejaría sola, estando en el
mas allá buscaría la manera de comunicarme contigo, en última
instancia utilizaría el viento para venir a verte.
¿Al viento? ¿Y cómo lo harías?
No tengo la menor idea hijita, solo sé que si algún día muero,
sentirás que estoy contigo, cuando un suave viento roce tu cara
y una brisa fresca bese tus mejillas.
Ese mismo día por la tarde, llamaron a Eduardo, el asunto era
grave, su hija estaba muriendo. Necesitaban un corazón, pues
el de ella no resistiría sino unos quince o veinte días más.
¡UN CORAZÓN!...¿Dónde hallar un corazón?...
¡Un corazón!...¿Dónde Dios mío?...
Ese mismo mes, Carmencita cumpliría sus quince años.
Y fue el viernes por la tarde cuando consiguieron un donante,
una esperanza iluminó los ojos de todos, las cosas iban a
cambiar.
El Domingo por la tarde ya Carmencita estaba operada, todo
salió como los médicos lo habían planeado. ¡Éxito total! Sin
embargo, Eduardo todavía no había vuelto por el hospital y
Carmencita lo extrañaba muchísimo, su mamá le decía que ya
todo estaba muy bien y que su papito sería el que trabajaría
para sostener la familia.
Carmencita permaneció en el hospital por quince días más,
los médicos no habían querido dejarla ir hasta que su corazón
estuviera firme y fuerte y así lo hicieron.
Al llegar a casa todos se sentaron en un enorme sofá y su mamá
con los ojos llenos de lágrimas le entregó una carta de su padre:
"Carmencita, hijita de mi corazón: Al momento de leer mi carta,
ya debes tener quince años y un corazón fuerte latiendo en tu
pecho, esa fue la promesa que me hicieron los médicos que te
operaron. No puedes imaginarte ni remotamente cuanto lamento
no estar a tu lado en este instante.
Cuando supe que ibas a morir, decidí dar respuesta a una
pregunta que me hiciste cuando tenías diez añitos y a la cual
no respondí. Decidí hacerte el regalo más hermoso que nadie
jamás haría por mi hija... Te regalo mi vida entera sin condición
alguna, para que hagas con ella lo que quieras.
¡¡Vive hija!! ¡¡Te amo con todo mi corazón!!" Carmencita lloró
todo el día y toda la noche. Al día siguiente fue al cementerio
y se sentó sobre la tumba de su papá; lloró como nadie lo ha
hecho y susurró:
"Papi... ahora puedo comprender cuanto me amabas yo
también te amaba y aunque nunca te lo dije, ahora comprendo
la importancia de decir "Te Amo" y te pediría perdón por haber
guardado silencio tantas veces".
En ese instante las copas de los árboles se mecieron
suavemente,
cayeron algunas hojas y florecillas, y una suave brisa rozó las
mejillas de Carmencita, alzó la mirada al cielo, intentó secar
las lágrimas de su rostro se levantó y emprendió regreso a
Para un padre, no hay felicidad más bella y gratificante que la
felicidad y la vida de sus hijos.
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