Sentía miedo, miedo de perder algo que aún no ganaba, miedo de que alguien más le iluminara los ojos. Pero seguí y seguí lejos, muy lejos. Hasta que apareció, con un simple, pero bello mensaje. Lo leí no sé cuántas veces, hasta que decidí responder. Eso accionó nuevamente nuestras viejas conversaciones. Y todo el amor comenzó a invadirme el cuerpo entero. No podía evitar sonreír cada que me escribía, aunque suele hacerlo parcamente, tímidamente, escasamente. Acordamos una cita, yo la provoqué y no me arrepiento. Por un momento dejé el orgullo escaparse lejos de mí. El amor me hace cambiar, mi amor por ella, si, amor sincero, honesto, de ella, para ella.
Acudí a donde mi pequeña mujer, pasé por un lado sin percibir rastros de ella, hasta que el sonido de sus labios me endulzaron el oído, giré por completo y estaba ahí, cerca, muy cerca de mí. Me avasallé sobre ella y la abracé, sin importarme quien estuviese observando, creo que eso ya dejó de importarme, pues ahora sólo me importa ella, y todo lo que su rostro me hace sentir. Caminamos un poco, para estar solos, y yo en silencio quería protegerla de todo. La observaba caminar y me embelesaba toda ella, tal vez es mi amor, o que se yo, pero, la veo perfecta, tan perfecta como mi melodía favorita, como mi libro preferido, como una estrella brillante en mi cielo oscuro. Cuando llegamos al lugar comenzamos a charlar, lo necesitábamos, o al menos, yo sí.
Y el impulso de abrazarla me hizo acercarme a ella, así que la rodee con mis brazos con toda la ternura que pude, y besé su frente, con ganas de besar sus labios. El frío era ahora exquisito, al lado de ella lo disfrutaba. Seguimos charlando y yo la observaba con profundidad, con tanto deseo, con tanto amor. Creo que me he enamorado, aunque me ha costado aceptarlo. Soy duro, pero así mismo soy el hombre más sentimental que haya conocido. Nos levantamos y nos fundimos en un abrazo fuerte, quería detener el tiempo en ese momento, para estar siempre con ella. De cuando en cuando su rostro se postraba frente al mío, tan cerca como el Sol está de la Luna.
Pero no me atreví a besarla, porque pienso que eso me ataría más, mucho más. Sé que una vez que toque sus labios no habrá marcha atrás, aunque ahora mismo es difícil revertir todo el revoloteo interior que me hace sentir. Pasó un tiempo prolongado, ignoro cuánto fue exactamente, pero sé que pasó un tiempo considerable. Le sugerí que camináramos, tomados de la mano. Quería que nos observaran, aún con todo el hermetismo con que manejo mi vida privada. Máxime, por el hecho de saberme conocido. En fin, tomé sus gélidas y suaves manos, y una corriente eléctrica me recorrió hasta llegar a mi cerebro. Mi pecho comenzó a erguirse, por el orgullo que me da tenerla a mi lado.
Y así llegamos a donde la gente, a ese espacio donde debo que tener la actitud que duele tener un escritor. Pero estaba al lado de mi pequeña, por eso no me importó mucho la actitud y esas trivialidades. Sólo caminábamos juntos, y eso hacia maravilloso el entorno. Nos sentamos y me acerqué a ella. Con el corazón palpitando de manera brutal, la abracé nuevamente. La acomodé en mi pecho y ocasionalmente la besaba. Las personas nos observaban, y me encantaba, estoy acostumbrado a que me observen, pero nunca con una mujer. Pero esta vez era diferente, esta vez era yo quien quería esa atención que a veces rechazo o repudio. Y como no quererla, si ella estaba ahí, tan mía como nunca.
Sé que debo apreciar cada segundo cuando estemos juntos, quiero dejar los tapujos que tengo con el amor. Mi mujer los está derrumbando, los está venciendo. Ahora mismo sé que no hay nada que no haría por ella, mi amor se ha vuelto incondicional... Así soy yo, amo hasta el límite, hasta donde parece no haber más. Me invento de muchas formas cuando estamos juntos, siempre que estoy con ella, porque cuando se ama, se es moldeable de muchas maneras, y mi molde esta libre para tomar la forma que pueda hacerla feliz. Cambiamos de lugar y yo buscaba cualquier momento para abrazarla, porque sentirla me da paz, me inunda de felicidad, de esperanza. Pero nada es para siempre, así que el momento perfecto se rompió. Tenía que marcharse, y yo también. Así que nos despedimos y partí.
Caminé a pasos lentos, coloqué el gorro de mi suéter en mi cabeza y me dispuse a escribir esto que ahora mismo plasmé. No acostumbro a escribirles a las personas, pero, siempre hay alguien que llega a cambiar tus costumbres. Y ella me está acostumbrando a inmortalizarla aquí, en mis letras. Voy feliz, relajado, enamorado. De la vida, del amor, de ella... La mujer de los labios celestiales.
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