Teresita...
Sólo se pedía a las personas interesadas que reunieran
ciertos requisitos tales como ser sanos, estar casados,
mayores de treinta años y condiciones morales
intachables.
Cumpliendo con lo anterior el matrimonio era aceptado
para apadrinar o adoptar un niño.
Después de escuchar esto me sentí con ganas de llorar
pues me vi tan egoísta. Ya que tenía una sola hija nunca
me dediqué a pensar que había niños que necesitaban
una madre y que no la tenían.
Pensé; y porqué no puedo ser yo la madre de uno de
esos niños desamparados?
La idea me impactó y daba vueltas en mi cabeza. Los
minutos me parecían horas , esperaba con ansiedad la
llegada de mi esposo e hija para exponerles mis
deseos de traer un niño del orfanato.
Mi petición fue recibida con grandes muestras de
alegría.
Mi hija quería un niñita, mi esposo un niño, yo
quería lo que me dieran. Nos preparamos para ir al
orfanato al día siguiente. Con todo cariño y dedicación
hice una apetitosa torta para recibir a mi nueva hija o
hijo. Nos levantamos muy temprano, nos mirábamos y
nos reíamos de todo, parecíamos locos, pero locos de
felicidad, la idea nos había cautivado.
La impaciencia por llegar rápidamente al orfanato nos
hizo confundir la dirección y nos bajamos del microbús
seis cuadras antes de lo debido. Mis pobres rodillas
temblaban y mi corazón golpeaba furiosamente de
emoción. El rostro pálido y tenso de mi marido revelaba
su estado de ánimo.
Una señora, que parecía salida de un cuento de terror,
que medía un metro 74 y que pesaba 120 kilos, toda
vestida de negro, dueña de unos ojos inmensos y
sobresalientes con voz ronca y potente fue nuestro
primer contacto con ese hogar de niños abandonados.
Su presencia me aterrorizó y sentí ganas de correr, pero
mi esposo me tomó de la mano y pasamos a una oficina
donde debíamos esperar por un momento.
Al igual que el campo seco se cubre de verdes después
de la primera lluvia, empezaron a aparecer por doquier,
tiernas caritas de niños que se empujaban para poder
mirarnos. Mi hija estaba cohibida al ver tantos niños,
pero en cosas de segundos desaparecieron todos. La
causante, otra señora que al parecer era la
administradora que llegaba a la oficina. Se desarrolló la
conversación de rutina, para finalmente sentenciar que
no tenemos los requisitos para la adopción de un
pequeño, debíamos esperar a cumplir los treinta años
como mínimo.
Con el sabor amargo de la derrota en mi boca,
atravesamos el modesto patio del viejo caserón que
ocupaba el hogar de niños abandonados. Veíanse
criaturas que aprendían a dar sus primero pasos,
parvulitos inquietos y niños de ambos sexos que
entraban en la línea de la franca adolescencia. Todos
ellos tenían una característica común: sus caritas
mostraban las huellas de una madurez prematura. La
mirada de los mayorcitos era dura y mostraba
desencadenante. Los más pequeños miraban con sus
ojos llenos de inocencia y esperanza.
Por el estrecho y miserable de su patio y por el gran
número de niños que albergaba, era fácil suponer que
vivían en muchos casos la promiscuidad:
Cuando abandonamos el patio, descubrimos en un
rincón, aislada y temerosa a una pequeña de tres a
cuatros años, con unos grandes ojos tristes de color
negro... Delgada, pálida y descalza.
Con un vestido que no era de su talla y parecía enferma.
Me acerqué a ella y sus grandes ojos negros quedaron
fijos en mi, implorantes, enviando un mundo ruego de
cariño y ayuda. La atracción fue recíproca. Regresé
decidida donde la encargada y luego de una corta lucha
verbal me autorizaron para sacar a pasear los fines de
semana a la pequeña Teresita, este era el nombre de la
niña de ojos tristes. Así pasaron los meses y mi
pequeña era ahora un niña muy diferente a la que yo
conocí.
Jugaba, se reía por todos sus pequeños caprichos,
tales como un...
Payaso, una pelota, o un helado... Los que eran
satisfechos por nosotros pues sabíamos que el
domingo en la noche ella regresaba a otro mundo frío,
en este faltaba el cariño y la ternura tan necesarios,
como el aire que respiramos, para hacer que esta
pequeña se sintiera feliz.
Cada retorno al hogar de niños abandonados era para
la niña y para mí un verdadero drama. La pequeña se
aferraba a mi llorando y sus lágrimas corrían como dos
fuentes de agua cristalina, sus ojos se ponían rojos de
desesperación. Todo concluía cuando la encargada la
arrancaba de mis brazos y la conducía al interior.
Una fría tarde de Julio, cuando concurría a
buscarla como de costumbre, la dirección del
establecimiento me informó que Teresita había sido
adoptada por un matrimonio que reunía todos los
requisitos exigidos. Regreso a casa pensativa, miro al
cielo y descubro un hermoso arcoíris. Lo considero un
buen presagio y a través de la distancia envío un
pensamiento profundo de amor y bienaventuranza a la
pequeña Teresita.- Santiago, mayo 15 de 1977.
Adoptar niños, es entregarles alegrías a su tristeza,
esperanza de una nueva vida, a niños que lo único
que piden es amor y un hogar en donde crecer en
una vida en familia y no en soledad y dolor...
Autora...Eliana V.P.