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CON CARIÑO PARA TI.

miércoles, 19 de julio de 2023

TERESITA, LA NIÑA DEL ORFANATO...ADOPTAR ES EL MÁS BELLO ACTO DE AMOR...

Teresita...

Caminaba por la Avenida Providencia, repentinamente
veo un microbús, pintado con alegres colores y 
adornado con las simpáticas canciones de Walt Disney,
 este venía repleto de bulliciosos parvulitos.
Por contraste, evoco y vuelvo a sentir los gritos 
desesperados de la pequeña Teresita, aferrada a mis 
piernas y que entre sollozos me decían; ¡Mamita, no me 
dejes, llévame contigo!.
Todo empezó una mañana del año 1971, mi hija estaba 
en clases, mi esposo trabajando y yo me encontraba en 
casa haciendo las labores diarias del hogar. Era muy 
feliz, tenía ganas de cantar, pero no sabía ninguna 
canción entera. Sintonicé la radio y el locutor hacía un 
llamado de solidaridad para un orfanato en el cual había 
unos cien niños abandonados o huérfanos que 
necesitaban que los adoptaran o apadrinaran.

Sólo se pedía a las personas interesadas que reunieran 

ciertos requisitos tales como ser sanos, estar casados, 

mayores de treinta años y condiciones morales 

intachables. 

Cumpliendo con lo anterior el matrimonio era aceptado 

para apadrinar o adoptar un niño.

Después de escuchar esto me sentí con ganas de llorar 

pues me vi tan egoísta. Ya que tenía una sola hija nunca 

me dediqué a pensar que había niños que necesitaban 

una madre y que no la tenían. 

Pensé; y porqué no puedo ser yo la madre de uno de 

esos niños desamparados? 

La idea me impactó y daba vueltas en mi cabeza. Los 

minutos me parecían horas , esperaba con ansiedad la

 llegada de mi esposo e hija para  exponerles mis 

deseos de traer un niño del orfanato.

Mi petición fue recibida con grandes muestras de 

alegría. 

Mi hija quería un niñita, mi esposo un niño, yo 

quería lo que me dieran. Nos preparamos para ir al 

orfanato al día siguiente. Con todo cariño y dedicación 

hice una apetitosa torta para recibir a mi nueva hija o 

hijo. Nos levantamos muy temprano, nos mirábamos y 

nos reíamos de todo, parecíamos locos, pero locos de 

felicidad, la idea nos había cautivado.

La impaciencia por llegar rápidamente al orfanato nos 

hizo confundir la dirección y nos bajamos del microbús 

seis cuadras antes de lo debido. Mis pobres rodillas 

temblaban y mi corazón golpeaba furiosamente de 

emoción. El rostro pálido y tenso de mi marido revelaba 

su estado de ánimo.

Una señora, que parecía salida de un cuento de terror, 

que medía un metro 74 y que pesaba 120 kilos, toda 

vestida de negro, dueña de unos ojos inmensos y 

sobresalientes con voz ronca y potente fue nuestro 

primer contacto con ese hogar de niños abandonados. 

Su presencia me aterrorizó y sentí ganas de correr, pero 

mi esposo me tomó de la mano y pasamos a una oficina 

donde debíamos esperar por un momento.

Al igual que el campo seco se cubre de verdes después 

de la primera lluvia, empezaron a aparecer por doquier, 

tiernas caritas de niños que se empujaban para poder 

mirarnos. Mi hija estaba cohibida al ver tantos niños, 

pero en cosas de segundos desaparecieron todos. La 

causante, otra señora que al parecer era la 

administradora que llegaba a la oficina. Se desarrolló la 

conversación de rutina, para finalmente sentenciar que 

no tenemos los requisitos para la adopción de un 

pequeño, debíamos esperar a cumplir los treinta años 

como mínimo.

 Con el sabor amargo de la derrota en mi boca, 

atravesamos el modesto patio del viejo caserón que 

ocupaba el hogar de niños abandonados. Veíanse 

criaturas que aprendían a dar sus primero pasos, 

parvulitos inquietos y niños de ambos sexos que 

entraban en la línea de la franca adolescencia. Todos 

ellos tenían una característica común: sus caritas 

mostraban las huellas de una madurez prematura. La 

mirada de los mayorcitos era dura y mostraba 

desencadenante. Los más pequeños miraban con sus 

ojos llenos de inocencia y esperanza.

Por el estrecho y miserable de su patio y por el gran 

número de niños que albergaba, era fácil suponer que 

vivían en muchos casos la promiscuidad: 

Cuando abandonamos el patio, descubrimos en un 

rincón, aislada y temerosa a una pequeña de tres a 

cuatros años, con unos grandes ojos tristes de color 

negro... Delgada, pálida y descalza.

Con un vestido que no era de su talla y parecía enferma. 

Me acerqué a ella y sus grandes ojos negros quedaron 

fijos en mi, implorantes, enviando un mundo ruego de 

cariño y ayuda. La atracción fue recíproca. Regresé 

decidida donde la encargada y luego de una corta lucha 

verbal me autorizaron para sacar a pasear los fines de 

semana  a la pequeña Teresita, este era el nombre de la 

niña de ojos tristes. Así pasaron los meses y mi 

pequeña era ahora un niña muy diferente a la que yo 

conocí. 

Jugaba, se reía por todos sus pequeños caprichos, 

tales como un... 

Payaso, una pelota, o un helado... Los que eran 

satisfechos por nosotros pues sabíamos que el 

domingo en la noche ella regresaba a otro mundo frío, 

en este faltaba el cariño y la ternura tan necesarios,

 como el aire que respiramos, para hacer que esta 

pequeña se sintiera feliz.

Cada retorno al hogar de niños abandonados era para 

la niña y para mí un verdadero drama. La pequeña se 

aferraba a mi llorando y sus lágrimas corrían como dos

 fuentes de agua cristalina, sus ojos se ponían rojos de 

desesperación. Todo concluía cuando la encargada la 

arrancaba de mis brazos y la conducía al interior. 

Una fría tarde de Julio, cuando concurría a 

buscarla como de costumbre, la dirección del 

establecimiento me informó que Teresita había sido 

adoptada por un matrimonio que reunía todos los

 requisitos exigidos. Regreso a casa pensativa, miro al 

cielo y descubro un hermoso arcoíris. Lo considero un 

buen presagio y a través de la distancia envío un 

pensamiento profundo de amor y bienaventuranza a la 

pequeña Teresita.-   Santiago, mayo 15 de 1977.

Adoptar niños, es entregarles alegrías a su tristeza, 

esperanza de una nueva vida, a niños que lo único 

que piden es amor y un hogar en donde crecer en

una vida en familia y no en soledad y dolor...

Autora...Eliana V.P.